Sinopsis

Dentro de quinientos años, la humanidad será capaz de alcanzar uno de los planetas potencialmente capaces de albergar vida. ¿Qué pasaría si ciento once personas cruzaran el espacio durante más de veinte años para comprobar esta posibilidad? Con la tecnología disponible y los avances científicos alcanzados para entonces, mucho tendrían que decir estos viajeros sobre lo que encontrasen en él, e igualmente grande sería la responsabilidad que recaería sobre sus hombros. Porque, con todas las cosas que podrían pasar en la Tierra durante quinientos años, el que sobreviva a tan largo viaje se convertirá en la última esperanza para la humanidad.

La primera parte de Preludio del fin de la Tierra narra todo lo que tendrá que afrontar Gabriel cuando aterrice en un planeta al que no tiene más remedio que alcanzar, y en donde tendrá que emplear todas las habilidades a su alcance para mantenerse con vida y forjarse un futuro que no solo garantice su supervivencia sino la de la raza humana que queda en el moribundo planeta Tierra.

lunes, 5 de junio de 2017

Gabriel. Parte II.

Hola a todos.

Tengo una tercera entrada "real" de PRELUDIO DEL FIN DE LA TIERRA. LIBRO I: EL PRIMER TRIPULANTE.



Vuelve a tratar de Gabriel, el protagonista del libro. En esta ocasión, Gabriel está ya asentado en el planeta CGT342 (Nueva Esperanza), viviendo en la Ciudad Enterrada y compartiendo experiencias con su amigo Dúminel.  

Me puse a escribirla al principio de la tarde y, cuando la acabé, me di cuenta que había escrito demasiado. Es lo que pasa por hacer algo que me gusta: sigo y sigo imaginando hasta que es tarde. Para no aburrir a nadie, voy a publicarla en dos partes: una ahora y la otra mañana o pasado mañana. 

Espero que os guste:

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Una mañana me desperté muy temprano con los ánimos renovados porque, por fin, volvería a salir al exterior después de varios días sin respirar aire fresco. No es que en la Ciudad Enterrada haya una atmósfera espesa o el aire que se respira esté turbio, como suele ocurrir en espacios cerrados. Nada por el estilo: los conductos de ventilación excavados maestralmente a través de la dura roca impiden que este fenómeno exista. Mis ansias por salir a la intemperie se debían a poder sentir, una y otra vez y sin descanso, todo lo que se puede disfrutar con la vista, el olfato y, sin pecar de ser exagerado, el tacto. Incluso mis oídos, por aquel entonces más agudos que ahora, no paran de recibir las melodiosas sintonías que abundan en Nueva Esperanza y que nunca me cansaré de percibir cerrando los ojos y dejando que mi imaginación le dé un sentido abstracto a todo lo que mis neuronas sensitivas captan a mi alrededor.

Tantos años sin ver otra cosa que pequeñas motas en la negrura del universo...

Días interminables sintiendo la espesura del aire y  la aparente parquedad de oxígeno a bordo de esta nave...

Tiempo infinito parece ahora el que pasé con el oído atrofiado debido al constante siseo de los equipos que, dicho sea de paso, permitieron que me mantuviera con vida...

Y no obstante, agradecido debo estar por esa forma de vivir que me trajo con vida a este maravilloso lugar.

Después de salir de mi casa, fui al Centro Enterrado y no dudé en escoger la agricultura como oficio de aquel día. Hubiera podido salir a pescar en las embarcaciones de pesca o ayudar en los establos, donde siempre se agradecían manos frescas y mentes despejadas para lidiar con la dureza y la terquedad de las reses. Pero me decanté por la agricultura porque me daba más libertad para disfrutar el paisaje y la naturaleza. 

Dúminel también escogió el mismo oficio, un gesto que le agradecí enormemente. Llevaba pocos meses viviendo en la Ciudad Enterrada, y Dúminel era una de las pocas personas con que había entablado una firme amistad. Supongo que al principio se debió a que desperté en él la misma curiosidad que sintieron los habitantes al ver a un extraño como yo. Pero a medida que pasaban los días y la sorpresa de la gente empezaba a menguar, lo cierto es que Dúminel y yo nos volvimos buenos amigos. ¿Quién iba a decir que él sería, al cabo de unos meses, una de las personas que me salvarían de un desagradable desenlace?

No tardamos mucho en recoger el material de siembra y cosecha y dirigirnos por nuestra cuenta hacia los cultivos de la Ciudad Enterrada. Fuimos de los primeros en salir al exterior, y nada más pasar el Brazo de los Clástodes y recibir la luz natural del día, supimos que el día anterior había llovido torrencialmente. El aire olía a tierra mojada, de las rocas se evaporaba la limpia llovizna que apenas quedaba en su superficie, y, flotando en el ambiente, había restos de humedad que enfriaban la ya de por sí fresca mañana. Apretándonos las ropas, Dúminel y yo nos dirigimos entonces hacia nuestro destino, charlando alegremente y escuchando cómo la vida misma de Nueva Esperanza nos invitaba a no perdernos detalle alguno de su naturaleza.

Enfilamos el sendero que nos llevaba hacia la zona de cultivos, y no tardamos mucho en divisar las plantaciones de trigo, los árboles repletos de melocotones, los crecientes racimos de uvas y las calabazas que asomaban entre la negra tierra. Era un espectáculo para mis ojos, penosamente acostumbrados a los equipos grises y oscuros que hacían las mismas funciones a bordo de la nave pero que tan malos resultados habían obtenido. Fuimos a la cabaña de madera donde estaba el resto de herramientas para vestirnos como la ocasión requería y calzarnos unas botas de cuero que, increíblemente, estaban lejos de molestar nuestros pies. Cuando terminamos, salimos al exterior preparados para meternos de lleno en faena y con la ilusión puesta en lo agradable que sería trabajar en una mañana como aquella.

Pero nada más salir de la cabaña, nos dimos cuenta que algo no iba bien. O por lo menos que aquel día no sería una jornada normal en las apacibles plantaciones de la Ciudad Enterrada. Dúminel fue el primero en mirar en aquella dirección, e inmediatamente asió mi brazo para impedir que continuara caminando. Cuando seguí con mis ojos la mirada de mi compañero, supe lo que él mismo estaba pensando. Nos quedamos paralizados. No sabría decir quién fue el primero en reaccionar. A mí me embargó en primera instancia la sorpresa al ver un animal de semejante tamaño, aunque admito que al principio no supe qué era exactamente lo que estaban viendo mis ojos.

– Es un rocty – anunció Dúminel, aunque pude deducirlo por mí mismo por el sonido que hacía al respirar, el tamaño de su cuerpo, el color de su piel y los dos cuernos que coronaban su hocico –. Atrás. No hagas ruido.

Tampoco pretendía hacerlo, aunque dudo que hubiera podido de haber sido consciente de mis movimientos. En mi mente solo había concentración para admirar un mastodonte como aquel. No me cabe duda que ese es el adjetivo correcto para describir un animal como el que vimos aquel día Dúminel y yo. El Ordenador Principal está de acuerdo conmigo en pensar que el rocty es el homólogo del rinoceronte en la Tierra y que la evolución decidió modificar su forma de lanzar los dados en cada planeta obteniendo el resultado que tenía ante mí. Claro que esa mañana, estupefacto ante la maravilla animal que comía a escasos metros de distancia, no pude detallarlo tanto como puedo hacer ahora, después de haber usado el mini-Terminal y las sondas en diversas ocasiones para estudiarlo. 

Sus patas traseras son más gruesas que las delanteras, más estilizadas y manchadas con tintes claros; un atributo de carácter sexual que juega un papel importante en su apareamiento. Sus afilados y robustos cuernos se ubican a ambos lados de la cara, al contrario que los rinocerontes terrestres cuyos cuernos dobles crecen uno delante del otro. El cuerpo es redondeado, fuerte y gris, aunque sé de algunos ejemplares negros como el carbón que suelen ser los dominantes de la manada. Su piel áspera refleja la luz de la estrella E856 como si fuera un mar de plata bajo los hipnotizantes rayos de la Luna en la Tierra y de Lasre en Nueva Esperanza.

Pues bien, aquella mañana el rocty que decidió visitar los cultivos estaba, y menos mal, demasiado ocupado en dar buena cuenta del follaje de los olivos que crecían junto al trigo. Digo bien "y menos mal", porque son popularmente conocidos por su violencia ante cualquier ser vivo que aparezca en su campo de visión lo suficientemente grande como para ser presa fácil para sus dos potentes cuernos. 

Dúminel hizo de mi salvador particular (la primera vez de muchas) y me arrastró hacia el interior de la cabaña. Empezó a susurrar (más bien a balbucear) palabras de cautela, sin darse cuenta que él mismo temblaba más que yo. ¿Lo que más temíamos? Una repentina estampida de la gigantesca mole viviente que comía relajadamente frente a nosotros. No sé si al haber descrito al rocty con estos adjetivos haya dado una idea de lentitud o parsimonia del animal. ¡Todo lo contrario! Su fiereza e ímpetu son tales que poco puede hacer una persona normal ante sus exageradas energías. Al menos eso es lo que dicen todos los que han tenido la suerte (la "buena suerte" según mi punto de vista) de toparse con un rocty y verlo en acción.

Retrocedimos poco a poco, paso a paso. Como si estuviéramos haciendo equilibrio en un puente demasiado delgado. Llevábamos las manos cargadas con herramientas, la mayoría metálicas, e intentábamos que no chocaran unas con otras para no hacer ningún sonido que perturbara la calma del rocty. Dúminel iba delante... más bien retrocedía detrás de mí. No nos atrevíamos a girarnos y darle la espalda al animal. Dimos unos cuantos pasos más, y entonces Dúminel dejó escapar un sonido. Más bien fueron sus pies, calzados con las botas, que al pisar sobre las piedras que rodeaban la cabaña emitieron un sonido atronador en nuestros oídos. Era el sonido que emiten esas piedras pequeñas y blancas que, amontonadas, chocan unas con otras y emiten un ruido seco.


Al escuchar el primer sonido, Dúminel y yo nos detuvimos al instante. Nuestros corazones empezaron entonces a martillear nuestro pecho como si se tratara de un concierto de truenos acompasados por el ritmo de los nervios. Fue precisamente el miedo lo que hizo que se me cayeran las herramientas de la mano, provocando el mayor estallido que jamás haya escuchado. O al menos así me pareció en aquel momento, petrificado ante la idea de ver un rocty corriendo desbocado hacia mí apuntándome con sus dos cuerdos.

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Mañana publicaré el final.



¡Un saludo!

David Feijoo de Azevedo

2 comentarios:

  1. Me ha encantado, primero, cómo recreas la atmósfera de claustrofobia física y psíquica que durante tantos años convivió con Gabriel, lo que se traduce en esa capacidad de apreciar su entorno. A propósito de eso, estupendas descripciones, ya que las sensaciones van acorde con la naturaleza que se van revelando.
    Y por otro lado, encantada de conocer un poco más de la fauna de Nueva Esperanza, cada mundo tiene la suya y es una parte vital, además de muy entretenida y que da mucho juego. A ver cómo sale Gabriel de esta!!

    Muchos besos!

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    1. Hola mono Gretel,
      Gracias por tus comentarios. Me alegra que te haya gustado. Si sigues así, igual te animas a leer el libro.
      Si quieres ver como acaba, hoy se publicó la continuación.
      Espero que la disfrutes.
      Un saludo

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